Enfado bajo el sol

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El 5 de junio de 2005 nació la esperada niña del por entonces modélico matrimonio formado por la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. El posado almibarado y sonriente en las puertas de la clínica Teknon de Barcelona poco hacía presagiar que un mes más tarde, el 14 de julio, la celebración del bautizo de Irene Urdangarin se convertiría en el momento de fricción definitivo entre la entonces princesa Letizia y la hermana menor del rey.
Pero para entender lo que sucedió en aquella ceremonia, que significó el principio del fin de la entente cordial entre la futura reina y la familiar de Felipe VI con la que mejor se llevaba, hay que ampliar un poco el contexto de su relación.
Aunque ahora parezca sorprendente, antes de caer en desgracia Iñaki Urdangarin era quien tenía más en común con Letizia Ortiz. Ambos mantuvieron un romance secreto con un miembro de la familia real y entraron en la monarquía como un elefante en una cacharrería: sintiéndose fuera de lugar.
Durante la etapa «secreta» del idilio entre el príncipe Felipe y la entonces periodista, fueron la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin quienes arroparon a la incipiente pareja e incluso les cedían su vivienda para darles intimidad. Un trato amistoso que se mantuvo intacto cuando el noviazgo del heredero de la corona se hizo oficial.
Fruto de esa buena sintonía e intimidad la infanta Cristina se convirtió, por ejemplo, en la acompañante de Letizia Ortiz cuando ésta acudía a Barcelona a las pruebas de su vestido de novia. ¿Qué sucedió un año después de aquella boda para que esa relación se hiciera añicos?
Irene de Todos los Santos Urdangarín y de Borbón, sexta nieta de los reyes de España, Juan Carlos y Sofía, y cuarta hija de los duques de Palma de Mallorca, fue bautizada en una ceremonia íntima y muy familiar que se celebró en el jardín del Palacio de La Zarzuela. Hasta aquí, todo correcto.
La ceremonia religiosa se celebró a las ocho de la tarde, y como corresponde al mes de julio en Madrid, hacía un calor de muerte. Para cuando el arzobispo de Madrid tomó la palabra, los escasos invitados, entre los que se contaba el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ya llevaban horas pululando de acá para allá preparándose para el evento, sesión fotográfica para el álbum familiar incluida.
Mientras la infanta Cristina, sostenía a la pequeña Irene en brazos y los padrinos esperaban su turno (Rosario Nadal, esposa de Kyril de Bulgaria y Princesa de Preslav, Pedro López-Quesada, marido de Cristina de Borbón-Dos Sicilias, así como los abuelos paternos, Juan María Urdangarín y Claire Liebaert) era obvio para cualquiera que viera las imágenes que algo no andaba bien con la princesa de Asturias, Letizia.
Irene lucía como un pozo de salud regordete vistiendo el mismo traje de cristiandad que se había usado en el bautizo de su madre, de su tía la infanta Elena, de su tío el príncipe de Asturias y de sus propios hermanos y primos. A pesar del calor y de lo aparatoso del traje la pequeña ni se inmutó cuando el cardenal Rouco Varela derramó sobre su cabeza el agua bautismal, traída del río Jordán para la ocasión.
En contraste con la bautizada impertérrita y evidentemente sana, Letizia, abanico en mano, lucía demacrada, seria e incapaz de estar de pie. Era obvio que no estaba en su mejor momento. Y es que la princesa de Asturias estaba pasando un calvario con los síntomas de su primer embarazo, y ese malestar le iba a costar su amistad con la infanta Cristina.
El 9 de mayo de 2005 la Casa Real había anunciado el primer embarazo de Letizia, casi un año después de su boda. La llegada de la princesa Leonor se esperaba para noviembre, pero se adelantó a octubre. Acabó naciendo antes de tiempo y por cesárea culminando con un parto difícil un embarazo complicado.
Como le sucedió a Kate Middleton en sus embarazos, la reina Letizia padeció durante esos meses toda clase de síntomas que le amargaban la existencia a pesar de lo cual se negaba a restringir su agenda.
El día del bautizo de Irene Urdangarin era obvio que no se encontraba bien, con el semblante serio, sentada y abanico en mano no era capaz de compartir la alegría de, por ejemplo, la reina Sofía que se convirtió en la fotógrafa oficiosa de la ceremonia y captaba imágenes de la niña y los invitados.
A la lectura litúrgica y el coro de las religiosas Hijas de Santa María del Corazón de Jesús de Galapagar le siguió el tradicional acto simbólico de presentación de la niña a la Virgen de la Ermita y una celebración posterior a la que asistió la familia real al completo, además de las hermanas del rey Juan Carlos, los Gómez-Acebo en pleno, el príncipe Kubrat de Bulgaria y su esposa.
Por supuesto, la familia Urdangarin estaba invitada en pleno, padres y hermanos incluidos. Sin pretenderlo en ningún momento los Urdagarin protagonizaron indirectamente el drama que llevó a la desconexión Letizia-Cristina. Cuenta la periodista Pilar Eyre que días antes del caluroso bautizo la infanta Cristina le pidió a su hermano el favor de dejar que sus suegros se instalaran en el Pabellón del Príncipe, donde vivían entonces los príncipes y continúan viviendo los reyes.
También afirma Pilar Eyre que Letizia se negó a este favor porque se encontraba tan enferma que no quería en su casa gente que no fuera de su completa confianza. El príncipe Felipe se puso de parte de su mujer y la infanta Cristina no entendió su actitud.
Aunque cualquiera que viera las imágenes del bautizo de Irene Urdangarin podía dar fe de lo mal que lo estaba pasando físicamente Letizia, para la infanta Cristina aquella negativa fue una gran decepción que cayó sobre la relación entre ambas mujeres como un jarro de agua fría. Se puede afirmar que tras aquel bautizo de una calurosa tarde de julio, nada volvió a ser igual entre los herederos de la corona, los Urdangarin y la infanta Cristina.
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